Sunday, February 22, 2009

EL SANTO GRIAL


Identificado dentro de la iconografía cristiana con la imagen del cáliz, el Santo Grial es la copa que contiene la sangre de Cristo. Idea doblemente reforzada si tenemos en cuenta que se empleó primero como cáliz en la última cena, pero poco después también como recipiente en el que José de Arimatea recogiera la sangre del Cristo crucificado. Por otra parte, como matriz de la vida, el Grial simboliza el receptáculo donde tiene lugar la transfiguración personal. La tradición relata su venida a Europa, dando lugar en el medioevo a ciclos literario sobre el rey Arturo y la caballería andante, y ubicándolo en el legendario Muntsalvach, asociada a veces con Avalon -transposición mitológica del mismo Glastonbury- y otras con la fortaleza cátara de Montségur, en Languedoc, o bien con Montserrat, en España.

La tradición judeocristiana, como remanente del legado crístico, se inserta dentro de la cultura esotérica de occidente, completando los componentes helenístico y herméticos que la precedieron. En paralelo a la iglesia creada por el apóstol Pedro, y definida poco después por Pablo, surge otra derivación, la del grial, con tintes más legendarios e imprecisos. No se constituye como cuerpo de fe de ninguna confesión religiosa, ni se legitima por su veracidad histórica tampoco. Aunque degenera en mitología, su importancia estriba justamente en eso, en la potencia del mito. Su simbolismo nos transporta a otros mundos, o a otros planos de conciencia, despertando nuestros arquetipos colectivos más profundos.

Lo Eterno, una vez despertada la necesidad espiritual, se convierte en la meta de todo Iniciado que se plantea su lugar en el mundo. El Grial simboliza esa aspiración a la plenitud interior, a la autorrealización personal en la unión con lo divino, y su Búsqueda, como biografía del alma misma, ilustra el laberinto de ese tránsito. De esa escapada hacia delante que sobreviene al héroe o iniciado y en la que se ve irremisiblemente envuelto. Este pensamiento surge en un momento en que el ideal caballeresco se emancipa del ascetismo clerical, pero no sin dejar de apropiarse de cierto tipo de misticismo latente.

El héroe, lanzado hacia lo desconocido, rompe continuamente con su pasado. Su aventura sin embargo no debe concebirse como una cadena casual de fenómenos extraños, sino como algo vital y reconocible en su experiencia más íntima. Como una prueba diferida en el tiempo, gradual y selectiva, a través de la cual se perfecciona. Es un camino de salvación en definitiva que culmina con su transfiguración personal, pues el héroe está conminado -una vez que ha sido llamado y pese a sus errores- a cumplirla.



Esta búsqueda es el tema dominante de gran parte de los relatos medievales sobre la caballería andante. Adopta sin embargo los elementos básicos de la mitología universal, puesto que lo encontramos como símbolo recurrente en distintos ámbitos culturales. Para los griegos por ejemplo, dentro de los misterios órficos, existía una vasija en la que se cocinaba el alma del mundo, de tal manera que cuando se bebía de ella, el alma se veía arrastrada hacia un nuevo cuerpo. Entre los celtas, el Caldero de la Abundancia reportaba similares propiedades. En su infierno, el Annwn, existía un recipiente en el que los difuntos sumergían la cabeza para recuperar la vida. Como podrá observarse, la idea que subyace es la de paso, la de tránsito.

De hecho, en los misterios de Eleusis, nuevamente en Grecia, era incorporado como una fase del proceso de iniciación. El recipiente contenía la bebida sagrada y, al tomarla, se entraba en trance, es decir, el neófito pasaba a otro mundo. Desde un plano de existencia en que el alma se encontraba separada de su esencia, hacia otra esfera superior -considerada entonces edénica- en la que encontraba su plenitud. Comportaba así la búsqueda del conocimiento y de la verdad, pero también y especialmente en un contexto cristiano, la búsqueda del Paraíso.

Al margen de sus antecedentes, sus influencias son múltiples. En el simbolismo del grial podemos encontrar fácilmente restos de otras tradiciones. Un marcado acento que proviene de la mitología celta, ligado especialmente al ciclo artúrico, salta a primera vista, pero también muestra elementos alquímicos y árabes o, mejor dicho, sufíes entre otros. Identificado dentro de la iconografía cristiana con la imagen del cáliz, el Santo Grial es la copa que contiene la sangre de Cristo. Idea doblemente reforzada si tenemos en cuenta que sirvió primero como cáliz de la última cena, pero poco después también como recipiente en el que José de Arimatea recogiera la sangre del Cristo crucificado.


Tras la muerte de Jesús, José de Arimatea, uno de sus discípulos que podemos calificar de secreto, pues no aparece referido en los Evangelios sino hasta este momento, solicita el permiso de Pilatos para recuperar el cuerpo crucificado de Jesús y darle sepultura. Momento éste en el que se le entrega el cáliz de la Ultima Cena y del que se servirá para recoger la sangre que emana de sus heridas. Pero con la desaparición del cuerpo, se le acusa de haberlo robado. Encerrado en prisión, se le aparece entonces Cristo quien le confía el cáliz y le instruye en el misterio de la eucaristía. Por lo demás, es gracias a éste sacramento que José se mantendrá con vida durante su estancia en la misma. Una paloma entrará en su celda y le depositará cada día una hostia en el cáliz.

Con motivo de la destrucción de Jerusalén por los romanos en el año 70, José es sacado de la cárcel por los emperadores Tito y Vespasiano. Este último, convertido a la nueva fe, le proporciona un barco con el que marchará al exilio acompañado por miembros de la incipiente comunidad cristiana. Entre ellos figura su hermana Enygeus y el marido de ésta, Bron.
Se constituye de esta manera la Primera Mesa del Grial, en representación de la Mesa de la Ultima Cena. A ella se sientan doce personas, si bien con una peculiaridad. Hay un decimotercer asiento, el denominado Sitio Peligroso, que permanece siempre vacío. Es el lugar reservado, por una parte, para los Iniciados, pues solo puede ser ocupado por José y, más tarde, por el hijo de Bron, siguiendo cierta línea de sucesión dinástica.... Viene a representar el lugar de Jesucristo, pero también puede tomarse como el asiento de Judas, con efectos perversos en este caso, de ahí su ambivalencia. Aquellos que lo ocupan sin estar a la altura de su dignidad perecen, acaban siendo engullidos por la tierra. El Sitio Peligroso puede tomarse así como una bendición o como una maldición, en definitiva como una prueba. Símbolo dual y ambivalente, pues permite descubrirnos al traidor o al valedor de la palabra de Dios.



Llegado este momento, la leyenda se difumina... Según algunas versiones, José se embarca para Gran Bretaña, fundando la primera iglesia cristiana en Glastonbury. En una lectura paralela, sería Bron quien, llegando al continente, se establecería en Avalon (el Más Allá de la mitología celta). Pese a todo, Avalon tiende a identificarse, en una transposición mitológica, con el mismo Glastonbury. En otros casos, se habla de Muntsalvach (asociada a la fortaleza cátara de Montségur, en Languedoc, o con Montserrat, en España) e incluso de Sarras, tomada ésta a veces como una corrupción lingüística de la primera o bien, con entidad propia, como la ciudad celestial de oriente, donde según otras versiones se fundaría la Orden de los Caballeros del Grial.
Entramos ya en una nueva fase de la leyenda, la forjada alrededor de la Segunda Mesa del Grial. Es el período al que pertenece el relato de Chrétien de Troyes y que ya hemos referido al principio. Al custodio del Grial se le denomina el Rey Pescador y a la región que rodea al castillo, la Tierra Desolada.



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